NO DEJEMOS UN DESIERTO EN NUESTRO INTERIOR...

Cierto día que estábamos en el trabajo, notamos que un compañero nos había saludado con cierta efusividad, seguidamente se quedó un tiempo con nosotros en la cafetería, compartió dos o tres ideas sobre asuntos del día y se fue tarareando una canción.

"¿Qué le pasa a Carlos*?" preguntó alguien. "Tiene novia." -respondió una compañera. - "y está enamorado..." Como si eso lo explicara todo, nadie hizo más comentarios al respecto.

En los días siguientes parece que todos agradecían que Carlos tuviera una nueva actitud. Era más atento, facilitaba las cosas que se le solicitaban y parecía menos ofuscado. En una ocasión una persona dijo: "El amor le ha sentado bien."

Entonces... ¿Carlos cambió? 

Con el tiempo, si bien Carlos se había vuelto más cordial, ya no tenía la misma efusividad y calidez. En ocasiones tenía de nuevo esos comportamientos que tanto conflicto despertaban en la oficina, es decir, dependiendo del momento se podía comportar de una manera u otra.

Entonces... ¿Carlos volvió a cambiar?

Pensemos por un momento en esos instantes en que hemos experimentado esa energía renovadora en compañía de ciertas personas... Y no hablemos solo del enamoramiento (que sería lo más obvio), porque también la hemos sentido cuando conocemos a una persona inteligente, sabia o divertida que conecta con nosotros como si fuéramos conocidos de vidas pasadas. No dejamos de hablar de esa persona, repetimos sus palabras y nos entusiasma compartir un café o una caminata a su lado. 

En esos instantes nos sentimos diferentes, vemos las cosas desde otra perspectiva, nos animamos a retomar viejos proyectos, a conocer nuevas cosas... en fin. Tanto es así que muchos mejoramos nuestra actitud y hasta la calidad de nuestros pensamientos.


Y surgen preguntas: ¿Acaso la persona nos impregna de buena actitud, amor, entusiasmo o positivismo? ¿será que todo esto vive en nosotros?

La respuesta es nuestra, pero hay dos opciones, muy diferentes una de otra:

1. Esta persona estimula un bien en mí.

2. Esta persona me da su bien para mí.

Con la primera opción, somos capaces de aceptar que una persona ha despertado un área de nuestra vida que tal vez teníamos dormida o no tan aprovechada. Nuestra decisión es entonces agradecer y cultivar ese nuevo bien que ahora experimentamos. Independiente de si esta persona está o no con nosotros. Una cuestión nada fácil pero que trae dulces frutos para nuestra vida.

Con la segunda opción, nuestra actitud es más pasiva. Si bien experimentamos cosas positivas en nuestro interior, esperamos que esa persona nos siga estimulando, nos siga aportando su carisma o "brillo" para que siga iluminando nuestra vida. Si bien podemos experimentar grandes cambios e incluso alcanzar impensables metas, el día en que esta persona no esté más con nosotros, quedaremos vacíos, como cascarón de un insecto seco. 

Las personas nos estimulan, no nos dan cosas. Podemos ser seres amorosos por voluntad, decisión y convicción, porque eso viene de nuestro interior. Eso no está en el aire, ni una persona nos lo va a dar en el desayuno. Es algo que podemos aprender de nuestras experiencias y de otras personas, pero se cultiva en lo más interno de nuestra mente y corazón. 

Si siempre esperamos que alguien nos de bondad para ser bondadosos, por más generosa y espléndida que sea esa persona, le pasará lo del estanque al que siempre le sacamos agua, llegará un momento en que se secará para nosotros. Y se secará porque no hay líquido que calme la sed de quien ha dejado un desierto en su interior...

Así que aceptemos que podemos mejorar, cambiar, aprender y ser capaces de embellecer nuestro propio jardín. Demos gracias por aquellos que nos han dado hermosas flores y empecemos a cultivarlas en su honor. Así, el día de mañana, seremos nosotros quienes impregnaremos entusiasmo en otros y de seguro regalaremos hermosas flores para un nuevo jardín...

 feliz día, feliz noche, feliz momento

¡Gracias por leer!


  Nota: *Carlos, nombre ficticio por aquello de proteger identidades...



 


Comentarios