Ante La Dificultad


¿Alguna vez hemos escuchado la expresión: "los problemas se deben quedar en casa…"? ¿Sobre todo cuando existe una dificultad personal que agobia nuestra mente? Pues bien, por más bien intencionada que sea dicha frase, lo cierto es que no siempre es fácil dejar a un lado las preocupaciones y evitar que los problemas familiares, de pareja o con amigos, afecten nuestro equilibrio físico y mental. Además, no existe un interruptor para controlar las emociones a nuestro antojo. Lo cierto es que no solo los quebrantos de salud o de dinero afectan enormemente nuestra vida, las dificultades afectivas también pueden hacerlo en igual o mayor medida.

Las aflicciones (así intentemos estar bastante ocupados para no pensar en ellas); se pueden anidar en lo más profundo de nuestro pensamiento y llevarnos a tomar malas decisiones o descuidar los demás aspectos de nuestra vida… como decía cierto conferencista: "¡El que se aflige, se afloja!".


Los ejemplos de vida son muchos: personas que dejan de preocuparse por su aspecto, o que con el tiempo se tornan irritables, depresivas o tal vez hurañas. Otras quizá empiezan a llevar una vida mundana… y las hay quienes simplemente deciden decir adiós por la vez última… 

Alguien solía decir: “Mas que preocuparnos, lo importante es ocuparnos”. Muy cierto. Pero es curioso lo que sucede con los problemas emocionales, ya que la razón, la lógica, el consejo sabio o lleno de amor no siempre es escuchado. Es como si tuviéramos una absurda barrera a prueba de los
“ataques” de la sensatez.
Si tuviéramos una dificultad económica empezaríamos a recortar gastos, pedir algún préstamo o cobrar viejas deudas. Si fuera una cuestión de salud buscaríamos algo en la medicina tradicional, alternativa o incluso casera... ¡Hasta pedimos ayuda y consejo! Es decir: ¡Hacemos algo! Pero… ¿Pasa lo mismo con los problemas afectivos?

Algunos dirán: “bueno es que los problemas de dinero, requieren de la lógica, por tanto no se pueden comparar con los del corazón”. Lo cual nos es del todo cierto. Somos seres integrales que hasta en las decisiones más racionales, imprimimos una gota de emoción o sentimiento.

Pues bien, tan delicado como tener problemas, lo es también la solución que le damos a los mismos, y sobre todo el lugar donde buscamos esas respuestas. 

En este sentido, los amigos y la familia son una fuente de apoyo para estas situaciones. Sin embargo, podemos toparnos con dos inconvenientes: No ser escuchados o ser juzgados.

En el primer caso, nuestros problemas emocionales no son tan trascendentales para los demás;  olvidando que una de las claves para la buena escucha es poder colocarse en el lugar del otro. Por ello muchas veces las cuestiones que nos agobian, son vistas como un triste lamento de alguien que no ha madurado aún. ¿Y qué ayuda nos podría brindar alguien que nos observa con superioridad? 

Valdría la pena preguntarse ¿Cuántas veces nosotros mismos nos hemos comportado así? Total, todos somos expertos resolviendo los problemas de los demás ¿Verdad?
En el segundo caso, en vez de encontrar consuelo o apoyo, somos abrumados con señalamientos o muestras de clarividencia interpersonal: “¡lo sabía, esa relación no iba a durar!” “desde el principio se veían los problemas”. O muestras de triunfalismos mezquinos: “Yo se lo advertí, cuántas veces se lo dije” “no me hiciste caso y ahora asume las consecuencias” como si esperaran nuestro error para mostrarse superiores ante nosotros.

No quiero decir que los demás no puedan criticarnos, ¡claro que sí, y sobre todo mostrarnos nuestros errores! Pero con amor, respeto y tolerancia. Todos hemos formado tormentas en vasos de agua; pero lo que cambia en cada persona, es el tamaño del vaso. Y eso debemos entenderlo bien.

Como resultado, ni somos comprendidos, ni encontramos apoyo, ni mucho menos un buen consejo para nuestra situación. Tal vez muchos no tengan la capacidad para resolver sus problemas o recurrir a un profesional, y al final sobreviene la sensación de soledad, rechazo o resentimiento. En el peor de los casos podemos ser vulnerables a la influencia de malas amistades, vicios, absurdas venganzas, etc llevándonos a tomar nefastas decisiones que llegan a afectar la salud o bienestar económico.

Por tanto, no basta con fortalecer nuestro interior para hacer frente a la adversidad, también
debemos hacerlo a nuestro alrededor. Es decir, no basta con el carácter, los principios y una buena autoestima, también es necesario tener relaciones abiertas con nuestra familia y amigos, cultivando el respeto, la confianza y honestidad, encontrando en ellos un verdadero bastón que nos ayude a cruzar los más difíciles momentos de nuestra vida.  

…Y saber que a veces solo necesitamos que nos escuchen un poco…  

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