Interrogantes en la densa noche

En el amor, las preguntas sin respuesta son difíciles de olvidar. Entre más sabemos, más fácil comprendemos, por ello esa fijación por tratar de entender las causas que nos llevaron a perder lo querido. ¿debería decir equivocaciones? tal vez; a la final cada acto, cada omisión nos llevan al éxito o fracaso en nuestra vida. Pero sabemos que en este trasegar solo somos aficionados, el tiempo no alcanza para ser expertos, lo que conlleva una alta dosis de error en nuestras decisiones, y en la medida en que entendemos los resultados de cada una de ellas, tratamos de mejorar.

Los expertos aseguran que se aprende más de los errores que de los aciertos... Aunque de seguro preferiríamos decirles: "¡no quisiéramos aprender tanto, gracias!".


A propósito de esto, empecé a recordar cierta historia propicia para este tema. Quien no ha escuchado, o vivido quizá; el caso de una pareja de novios con una relación de varios años, que por distintas circunstancias deciden separarse. Al poco tiempo, uno de los dos sale con alguien nuevo, mientras el otro se esfuerza por olvidar el pasado para seguir adelante. Este último, con optimismo; siente que todo está siendo superado, pero se entera que su "ex" con su nueva pareja, han empezado a vivir juntos...

Rabia, decepción, es lo que empezó a sentir mi amiga al protagonizar esta historia... A la vez que trataba de asimilar el asunto, por su mente solo aparecieron interrogantes como murciélagos en la densa noche.

Tratar de suponer las motivaciones de la otra persona, sus verdaderos pensamientos y sentimientos, no solo es difícil sino "desgastante": "Por qué las cosas no se dieron? ¿Por qué lo que antes le parecía imposible, ahora va y lo hace con facilidad?". Imposible obtener todas las respuestas... A nuestro alcance solo están las relacionadas con nosotros. En este sentido, es mejor enfocarse por analizar nuestro actuar y asomarnos al pasado como un tesoro para aprender. Parece contradictorio, ya que si estamos superando una dolorosa ruptura, lo mejor sería dejar las cosas atrás y pensar en el futuro... ¿cierto?

Pues no del todo. Aunque a veces nos escuchemos sentenciando con seguridad: "olvidar el pasado", "no volver la vista atrás", "lo importante es el presente", etc. Debemos decir: "¡Bah!". ¿Cómo no reflexionar sobre lo sucedido? ¿Cómo no pensar en los actos y omisiones? ¿Quién dice que debemos temerle a siquiera pensar en el ayer? ¿Quien no ha traído a su presente un evento pretérito con tan solo haber suspirado?. El miedo real es quedarnos a vivir en el pasado. Vivir el ahora es aceptar que somos el resultado de lo vivido, mientras construimos nuestros futuro con lo aprendido. 

Todos las relaciones son diferentes. Esta clase de historias son muestra de ello. Nosotros mismos, en algún grado; hemos cambiado nuestra forma de actuar y pensar. Hoy seremos dominantes, mañana más pasivos, Hoy precavidos, mañana decididos... ¡Cuantas ocasiones nos hemos sorprendido por nuestro actuar!, y sin embargo, aquí estamos, tratando de discernir que llevó a otro ser tomar un camino u otro, tratando de comprender que debimos hacer para que todo funcionara, tratando de conocernos para no cometer errores en el futuro...**
Las preguntas siempre superarán las respuestas, más no por ello vamos a dejar de ser reflexivos, ni dejar de robarle al afán y la rutina un momento sagrado para meditar, pensar, reflexionar, encontrarnos, perdonarnos, amarnos y perdonar...


** Invitación a leer "canción de la vida profunda" de Porfirio Barba Jacob

Bueno, más que recomendarlo mejor lo adjunto al escrito de esta noche...
Un cálido abrazo:


"El hombre es una cosa vana, variable y ondeante..."
Montaigne

Hay días en que somos tan móviles, tan móviles,
como las leves briznas al viento y al azar.
Tal vez bajo otro cielo la Gloria nos sonríe.
La vida es clara, undívaga, y abierta como un mar.

Y hay días en que somos tan fértiles, tan fértiles,
como en abril el campo, que tiembla de pasión:
bajo el influjo próvido de espirituales lluvias,
el alma está brotando florestas de ilusión.

Y hay días en que somos tan sórdidos, tan sórdidos,
como la entraña obscura de oscuro pedernal:
la noche nos sorprende, con sus profusas lámparas,
en rútiles monedas tasando el Bien y el Mal.

Y hay días en que somos tan plácidos, tan plácidos...
(¡niñez en el crepúsculo! ¡Lagunas de zafir!)
que un verso, un trino, un monte, un pájaro que cruza,
y hasta las propias penas nos hacen sonreír.

Y hay días en que somos tan lúbricos, tan lúbricos,
que nos depara en vano su carne la mujer:
tras de ceñir un talle y acariciar un seno,
la redondez de un fruto nos vuelve a estremecer.

Y hay días en que somos tan lúgubres, tan lúgubres,
como en las noches lúgubres el llanto del pinar.
El alma gime entonces bajo el dolor del mundo,
y acaso ni Dios mismo nos puede consolar.

Mas hay también ¡Oh Tierra! un día... un día... un día...
en que levamos anclas para jamás volver...
Un día en que discurren vientos ineluctables
¡un día en que ya nadie nos puede retener!


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